En el interior de la «Gerbüder Dassler Schuhfabrik» los hermanos Adolf y Rudolf confeccionaban zapatillas y pantuflas sin marca. Era 1924 amanecía frío y oscuro en Herzogenaurach, un tranquilo pueblo medieval de calles empedradas, a pocos kilometros de Nuremberg, en Alemania.
El negocio de zapatos deportivos se disparó pronto. Añadieron clavos forjados a mano a la suela de los zapatos para quienes quisieran correr en la montaña o en el césped. Durante dos décadas los hermanos Adolf (conocido como Adi) y Rudolf trabajaron juntos. Los hermanos Dassler fabricaban zapatos deportivos de refeencia mundial.
Durante la Segunda Guerra Mundial surgieron las tensiones que crecerían al calibre de odio y repudio entre hermanos. Cuando finalmente los Aliados liberaron Herzogenaurach, el pueblo de los hermanos Dassler, Rudolf fue arrestado y encarcelado durante un año entero, acusado de colaborar con las SS. Su hermano lo había traicionado. El odio creció hasta niveles insondables. La familia y la empresa se dividió en dos mitades enfurecidas y remachadas por el rencor.
En octubre de 1948 Rudolf funda Dassler Puma a un lado del río Aurach, que divide la ciudad. El 18 de agosto de 1949, su hermano Adi, registra legalmente el nombre de Adidas (Adi + Dassler). Así nacían dos de las más grandes industrias de calzado deportivo de la historia. Adidas y Puma nacen del rencor y del odio.
El odio entre los dos hermanos alcanzó a todo el pueblo. A un lado del río se encontraba Puma y la mitad del pueblo trabajaba para Rudolf. Al otro lado del río se encontraba Adidas y la otra mitad del pueblo laboraba para Adi. Era el pueblo de los “cuellos doblados” ya que antes de entablar una conversación, las personas miraban hacia abajo, para ver el calzado de la otra persona.
Cuando el 6 de septiembre de 1976 falleció Rudolf, el fundador de Puma, desde la empresa de su hermano Adi se limitaron a emitir la siguiente nota: “Por razones de piedad humana, la familia Adolf Dassler no hará comentario alguno sobre la muerte de Rudolf Dassler”. Justo cuatro años más tarde falleció Adi, fue sepultado en el cementerio, lo más lejos posible de su hermano.
El lunes 21 de setiembre de 2009 finalizaron 61 años de odio. Ese lunes será inolvidable para el pueblo de Herzogenaurach y todos sus habitantes. Era el Día Internacional de la Paz. La plaza de futbol estaba repleta de espectadores. Herbert Hainer (Jefe ejecutivo de Adidas) estaba listo para el juego, al tiempo que Jochen Zeitz (Presidente ejecutivo de Puma) terminaba de atarse sus puma para el juego. Los empleados de ambas marcas jugaron en equipos mixtos. Y vino la reconciliación que desde 1948 le había sido negada al pueblo. Como reza el último lema de una de las dos marcas, impossible is nothing.
Pasamos a 1956, las calles de Hungría se bañan de sangre. Una lucha de civiles que se defienden anhelando la soberanía de sus tierras, en contra de la URSS, potencia invasora. El país es una zona terrible de guerra de guerrillas. En medio de tanto dolor, desesperación y odio, el mundo espera con ansiedad y alegría los inicios de las Olimpiadas de Melbourne. De repente sucede algo impensable: los equipos de waterpolo de los países que se están matando en las calles, deben enfrentarse en la piscina olímpica. «Trata de imaginar la situación», dice Dezso Gyarmati, capitán del equipo olímpico de waterpolo de Hungría.»Una superpotencia destruye con armas y tanques tu país, y después de que la revolución es aplastada tienes que enfrentar a los representantes de esa potencia».Gyarmati había estado luchando en las calles, tan solo meses antes, había visto mucha sangre, injusticia, barbarie y odio.
Justo cuando Gyarmati y toda la delegación húngara llegaron a Australia, recibieron la horrenda noticia de que más de 2,000 personas acababan de perder la vida, aplastadas en las calles de Budapest.
Gyamati, de 34 años, y su equipo vencieron a los soviéticos en la piscina. Y, finalmente, se llevaron el oro olímpico, venciendo a Yugoslavia en la final. Muchos años después, varios de los jugadores de ambos equipos tuvieron un re encuentro en el que intercambiaron abrazos en símbolo de reconciliación. El rancor sí tiene final.
Nos trasladamos a Sudáfrica, luego de 27 años, un hombre negro llamado Nelson Mandela salió de la cárcel. Había sido encarcelado por defender los derechos de millones de oprimidos que vivían bajo el terrible sistema del Apartheid. Salió con una sola misión: reconstruir su patria desde el perdón. Y lo logró.
Tres historias en las que había razones para odiar culminan con la decisión de perdonar. El perdón es un acto revolucionario, un acto de rebeldía que todo lo cambia.
Durante las ultimas semanas hemos vivido nuestras propias batallas personales. Todos deseamos un mejor país y un mejor futuro para nosotros y los nuestros. Hemos defendido nuestras ideas y nuestros anhelos con todas nuestras fuerzas, pero en el camino hemos herido y nos han herido. Probablemente las heridas más hondas y os golpes más terribles los hayamos recibido de la gente que más amamos. Seguramente nuestros disparos más despiadados han apuntado a personas que queremos y admiramos. Es tiempo de recoger el rencor, hacerle un nudo fuerte, como el nudo que hacemos a las bolsas de basura, y lo lancemos lejos, muy lejos. Es tiempo del perdón y la reconciliación.
Votaremos por nuestros ideales, votaremos libremente, votaremos con ganas y con ilusión. Pero también se nos extiende una papeleta, quizás la más importante de todas, es la papeleta que nos insta a votar por el perdón. Si, porque el perdón es una elección personal, íntima, secreta y libre, que desemboca en una nueva realidad y un mejor futuro.
El 3 de febrero, seguiremos viviendo juntos en estos pequeños 51,100 kilómetros cuadrados. Socialistas y capitalistas, los de derecha y los de izquierda, y seguiremos luchando juntos por un mejor futuro. Es el tiempo de bajar las armas verbales, es tiempo de salir de las trincheras, es tiempo de abrazarnos y soñar juntos.
Excelente, mejor dicho imposible.