Es una práctica en extinción. Basta con tener alguna idea en la mente para que, aunque los labios de la otra persona sigan moviéndose, sus palabras dejen de sonar para nosotros. Escuchar es dificil, es un arte. Es deponer las armas, es aparcar nuestra agenda, es regalar tiempo, es entender. La palabra «entender» quiere decir «tender hacia» es un intento de estar en los zapatos de la otra persona, es procurar abrir las puertas del respeto, es saberse humano falible y saberlo (al otro) humano falible.
Escuchar, una palabra muchas veces dicha y pocas veces puesta en práctica. Del latín auscultare (cultivar la oreja). Es una palabra compuesta por auris (oreja) y con el indoeuropeo klei (inclinarse). Escuchar significa entonces inclinarse para cultivar la oreja.
Saber escuchar es un signo de grandeza. Sobre todo cuando quien habla y a quién se escucha contraría nuestras ideas, ideales, mitos y creencias. Es signo de templanza cuando quien habla reta nuestras certezas y relativiza nuestras verdades. Escuchar atentamente un discurso que consideramos errado no es signo de aprobación, sino de carácter y humanidad. Escuchar es hermanarse sin que tengamos que otorgar concesiones. Escuchar es dar la mano, pero no necesariamente la razón.
El libro de los Proverbios nos enseña más a escuchar que a hablar (Prov. 17:27-28) y llama sabio a todo aquél que sabe escuchar. Mientras el necio habla antes de escuchar (Prov. 18:13), el justo piensa dos veces antes de hablar (Prov. 15:28).
En mi trabajo como pastor, como fundador de una Comunidad y como consejero, he tenido que aprender a escuchar. No ha sido sencillo. He aprendido a escuchar sermones, discursos, charlas, conferencias y conversaciones con las que no estoy de acuerdo, parcial o totalmente, y he entendido que el que escucha ya ha ganado la mejor batalla: la batalla del respeto.
También he visto cómo muchos cristianos albergan una extraña idea de que es ofensivo escuchar a alguien que comunica cosas que contradicen nuestra espiritualidad. Uno de los gestos más comunes cuando sucede esto es levantarse de su cómoda silla y abandonar la sala para no tener que escuchar más el discurso de un «impío». Algo doloroso que confirma las sospechas de lo que piensan de nosotros los no cristianos. Los no creyentes (o creyentes de otro credo) sospechan que los cristianos son intolerantes, y a veces lo confirman. El creyente (cristiano) piensa que es un signo de fortaleza y de valentía, de sana defensa radical del Evangelio, el mostrarse molesto, irritado y hasta furioso al escuchar un discurso que pone en duda su posesión de la Verdad Absoluta. Ante todo esto yo aprendí que la mejor respuesta de un cristiano en tales circunstancias es la de la escucha, esa escucha que derriba toda imagen de intolerancia, extremismo y orgullo, aún sin ceder un sólo ápice, ya ha ganado la mejor de las batallas: ha ganado el respeto y, probablemente, un amigo.
Bernard Ferrari nos da tres simples consejos para aprender a escuchar:
1. Escuchar desde el respeto. Sin respeto no existe escucha y sin escucha no existe respeto.
2. Escuchar en silencio. Una conversación es una oportunidad para pensar juntos, aunque no necesariamente pensar lo mismo.
3. Escuchar con disposición. No existe escucha real si no se está dispuesto a ser retado y desafiado a revisar nuestras creencias.
Necesitamos mas cristianos que saben escuchar y menos cristianos que solo saben predicar.*
*Utilizamos la palabra predicar para el acto de dar un discurso, que muchas veces es borrado con los actos.
Muy cierto…! y además muy bien expresado.! Gracias!
Muchas gracias Sergio!
Me gustó mucho esta nota. Me dan ganas de ponerla en práctica ya mismo.
Muchas gracias Johnny. En mi caso ha sido y es un duro aprendizaje.
Magistralmente expuesto….además, 100% de practicidad. Un llamado al verdadero sentido de la humildad.
Gracias Eduardo por el comentario. Me anima mucho.