Si, he decidido huir. No es alejarme, ni apartarme, sino huir. Porque uno puede alejarse lentamente, contemplando y añorando el objeto del que se aparta, pero al huir se corre sin mirar atrás. Si, la palabra que debo usar es huir.
Ayer decidí correr. Tengo prisa, se me acabó la paciencia y no pretendo regresar.
Tantos años estuve ahí, sentado, sin moverme mucho, sin decidirme, sintiéndome atado por cuerdas invisibles. Sintiéndome prisionero y anhelando otra cosa.
Huyo con esperanza.
Ayer decidí huir. Sé que no todos lo entenderán, unos cuantos lo aplaudirán y que la gran mayoría ni siquiera lo notará.
Huyo con alegría.
Algunos pocos palparán una ausencia, como cuando se quita el mueble de la abuela que ha estado por muchos años en ese rincón y, aunque se sustituya, siempre pensaremos que allá abajo, en ese suelo, debería seguir estando ese sillón que no parecería encajar ya en ninguna otra parte .
Huyo con mucha cautela, pero a toda prisa.
Es como si, por fin, tomara fuerzas, valor y ánimo para emprender un camino un poco diferente.
En primer lugar he decidido huir ferozmente del miedo. Del miedo al rechazo, del miedo al ridículo, al desprecio y al fracaso. Huyo de ese miedo paralizante, del miedo mentiroso y del miedo ladrón (de ideas e ideales, de oportunidades, de alegrías y de éxitos).
Huyo de la modorra y el sinsentido de las normas de calendario.
De la naftalina y el abc del «hay que». Dejo atrás los consabidos «tengo que». Porque es esclavo quien no salta y quien no se sabe quitar el cabestro
Me voy de los sentimientos de culpa, huyo alegremente de ellos. La culpa pertenece a los que aún podan ese bonsai oscuro de su pasado.
He salido, apenas ayer, del andén de la vergüenza. Ella, también pertenece a los que siguen esperando que del peral brote la uva. He decidido sembrar vides nuevas y beber su vino distraídamente.
Huyo con total decisión de las preguntas fáciles. Ellas pertenecen al mundo del miedo y de la vergüenza. No tengo cuerdas que me aten, puedo pedir cuentas, preguntar lo más complejo, y esperar respuestas. Porque al huir, también huyo de la desventura de creer que no tengo derecho a preguntar ¿Por qué?
Huyo con coraje.
Huyo, eso sí, también del orgullo de creer que no tendré que volver a reunir las piezas de mi gallardía para emprender una nueva huida.
Ayer decidí huir y dejarlo todo. Me siento libre, una vez más, huyo con fuerza y dejo todo… en las manos de Dios.
Huyamos juntos, que huir es de valientes.
Amo leer este tipo de blogs, tus artículos me refrescan la memoria y me dan valentía!!!