Karl Medearis es un experto en relaciones musulmano-cristianas, ha vivido en Libano por muchos años y he estado leyendo uno de sus libros intitulado: «Speaking of Jesus, the art of not-evangelism».
Y es precisamente ese subtítulo el que me atrapó desde que vi el libro por primera vez. Pensé que tendría que decir algo que rompiera muchos paradigmas, y así ha sido.
¿Evangelismo? ¿Qué es realmente el evangelismo? Una gran pregunta con una sola respuesta: Llevar el mensaje. Sin embargo esa respuesta tan sencilla y tan aparentemente obvia se las trae, porque aquí millones de cristianos, durante muchas centurias, se han «arrobado» con el qué y el cómo.
¿Qué es realmente el mensaje que tenemos que dar? ¿Tiene que ver con alegría y gracia, o tiene que ver con pecado y condenación? y, lo que ha sido aún más dificil ¿Cómo damos ese mensaje?
De los muchos modos de hacerlo, errados o acertados, extravagantes o conservadores, poderosos o pasivos, el común denominador ha sido (aparte del comportamiento personal de cada uno) y será siempre la palabra.
Confucio y Sherezade nos han dejado muy claro que las palabras no se quedan en la mera pronunciación, ellas crean imágenes, las imágenes crean ideas y las ideas crean comportamientos. Por eso la palabra tiene un poder milenario, un poder que, pensandolo bien, todos tenemos, hoy más que nunca, a la mano… literalmente (si pensamos en las redes sociales).
Pero, también, en un proceso a la inversa, los comportamientos pueden crear palabras. Y, de esa forma, el llamado evangelismo, puede iniciar con palabras y culminar con una acción o, iniciar con una acción (o una serie de acciones) y culminar con una palabra.
El peligro de las palabras es que muchas de ellas pueden ser interpretadas de mil y una formas distintas. También los conjuntos de frases pueden significar mucho, o ser un completo disparate a la vez. Si por la calle un muchacho ansioso de evangelizar a los «más perdidos», saca la cabeza por la ventana de su carro y le pregunta a alguien «¿Has sido lavado por la sangre?» muy probablemente el receptor (que suponemos no domina el «idioma» cristiano) no entenderá nada, o en el mejor de los casos creerá que ese muchacho que sacó la cabeza está rotundamente loco.
Esa a que tiene cola o que está encerrada en una espiral o circulo y que utilizamos en los emails es un sígno que nos abre puertas. Según los estudiosos la @ es una abreviación de «anáfora» que utilizaron los mercaderes italianos del siglo XVI como unidad de peso y capacidad. Siglos más tarde nos llega como un anglicismo llamado at y que equivale a nuestro c/o. Y, en un movimiento al estilo ping pong, este signo regresa a su tierra de origen con otros nombres y otros contenidos. En Italia le llaman chicciolina (caracolito) y en Francia petit escargot (también caracolillo). En Alemania se llama Klammeraffe, que significa «cola de mono», en Holanda también le llaman cola de mono (apenstaarje) y una «a con trompa» (snabel) en Dinamarca. En Israel es un Strudel , y «pastel de canela» (kanelbolle) en Noruega. En nuestro castellano la llamamos «arroba», y «arrobar» significa en nuestra lengua, algo así como encantar. Y así, estamos arrobados, encantados y confundidos, con la palabra «evangelizar».
Si utilizamos la palabra «cristiano» para evangelizar (aparte de que solo aparece 3 veces en toda la Biblia), nos topamos con una situación similar al del arroba. En Estados Unidos un «christian» puede inmediatamente describir a una persona blanca y republicana. En el Medio Oriente esa misma palabra puede describir un descendiente de un cruzado o, peor aún, un militar que mata musulmanes. Para muchos europeos ser cristiano significa estar de acuerdo con la Iglesia Católica y con su historia tan llena de inquisiciones e indulgencias, también podría significar ser parte de una minoría extraña llamada Protestante y que también estuvo a favor de muchos actos vergonzosos, o con actitudes complacientes con el nazismo. En el Lejano Oriente y en África, esa msima palabra «cristiano» puede significar lo mismo que «imperialismo». Y, lo queramos o no, en casi cualquier parte del planeta, la palabra «cristiano» describe a una persona conservadora, políticamente alíneada con la derecha, pro sionista y que procura no «mezclarse» con el «otro bando» sino «conquistarlo».
La palabra «cristiano» en realidad no es antibíblica, pero ciertamente no nos ayuda en casi ningún contexto (no cristiano) a evangelizar. Otra frase que es más amigable y menos llena de contenidos negativos, podría ser «soy un seguidor de Jesús».
Otra palabra que, contextualmente, no comunica exactamente lo que quisiéramos es la palabra iglesia. Tampoco podemos decir que es antibíblica, porque aparece, pocas veces, pero aparece, en las Escrituras. Lamentablemente cuando pronunciamos esa palabra, dependiendo del contexto, puede ser interpretada de muchas formas, generalmente muy alejadas de eso que tenemos en mente: un lugar con gente maravillosa, donde hay mucho amor y mucho respeto y donde aprendemos acerca de Jesús.
La complicación del término ya la vive Lutero en el siglo XVI, y se pelea con la palabra germana «Kirche», que la creía venida del «Clero» y la sustituye por el término «Gemeinde». Se sabe, ahora, que la palabra devenida del bizantino «kuriakè», da por significado «perteneciente al Señor». Las tradiciones con raíz románica (y no germánica) han dependido más del término generalizado y que nos da: ecclesia, iglesia, église, chiesa… Y el sentido más profundo en su raíz (En Tucidides, Jenofonte o Platón son los ciudadanos, porque son los «convocados») la reunión de los llamados. Lo decisivo en el Nuevo Testamento es que esa convocatoria, esa reunión no se vuelve «ekklesia» por quienes se reúnan sino por quién la convoca. El Nuevo Testamento afirma que Ekklesia es la reunión del grupo elegido por Dios, que se congrega en torno a Dios y con él en su centro. Desgraciadamente el término falta casi por completo en todos los Evangelios (a excepción de Mt. 16:18 y 18:17). En resúmen, iglesia significa más una convocatoria, una invitación, más que una entidad, un grupo o un edificio. Puede ayudarnos mucho la palabra Comunidad.
Mientras tanto, continuamos «arrobados» o deslumbrados con el arte de no «evangelizar», sino más bien, «comunicar una buena noticia» en un lenguaje sencillo y directo.
Bibliografía:
Karl Medearis, Speaking of Jesus, the art of not-evangelism.
Adelino Cattani, Expresarse con acierto.
Hans Küng, La Iglesia.
Expuesto de esa manera no me cabe duda de que es muy sutilmente abrupta, la manera en que alejamos a aquellos que buscamos compartir el mensaje del evangelio….