DE CAMOTES, LIBROS Y ABRAZOS

DE CAMOTES, LIBROS Y ABRAZOS

Después de 2 penosos años sin Feria Internacional del Libro en Costa Rica, debido a la pandemia, la expectativa era incierta, un «gallo tapado» diríamos. Pero como todo, la feria llegó y se fue en un abrir y cerrar de ojos. Pero en ese pequeño instante que media el abrir y el cerrar de los ojos, ese diminuto interludio silencioso del parpadeo de la FILCR 2022, hubo tiempo para las críticas, para la controversia, para las risas, las indirectas, las frustraciones y, sobre todo, para los abrazos, la alegría y las fotos.

La obertura o el abrir de los ojos:
Cuando se anunció que la feria se realizaría en el Centro de Convenciones se escuchó un grito de espanto por parte de mucha gente. Las terribles premoniciones empezaron a circular. Profecías fatalistas de todo tipo, desde las que anunciaban un fracaso rotundo hasta las de quienes practican la pataleta por deporte. Lo cierto es que algo había de apocalíptico en el asunto, entendiendo apocalipsis como revelación, como levantamiento de un velo o como un acto de apertura de ojos.

Para quienes participamos como expositores ese apocalipsis, esa revelación fue patente nada más entrar al Centro de Convenciones el día del montaje. Inmediatamente me di cuenta de la comodidad del lugar. Ya no había que ir a buscar un parqueo a 200 metros, pagarle al guachi por anticipado o empezar a ponerle plata al parquímetro municipal (de esa municipalidad a la que no se le ocurre que sería una genialidad suspender la líneas amarillas cercanas a la antigua Aduana durante la Feria). Me di cuenta que ese parqueo tan cercano al recinto de la feria evitaría las carreras para no mojarse durante los típicos aguaceros que amenizan la feria todos los años.

No había terminado de acomodar algunas cajas de libros en el asfalto del parqueo, cuando un hombre que fungía como edecán del lugar me ofreció ayuda con una enorme perra para cargar todos mis libros, manteles y el resto de enseres feriales. Una maravilla.

¡Los baños olían bien! Sí, olían bien, con eso casi lo digo todo. Pero es que uno pensaría que olían bien porque la feria no había ni comenzado. Pero no, los baños estuvieron limpios y bienolientes todo el tiempo. Tremendo detalle para una feliz estadía de una semana de campamento ferial.

Desconozco si en la antigua Aduana existían, pero la escritora Wendy Bolaños me contó que había una sala de lactancia y que por eso podía llevar a su bebé de meses. Una habitación silenciosa, con un único sillón que debían compartir todas las mamás con sus hijos, pero que solucionó satisfactoriamente la necesidad de una gran parte de las personas que asisten y exponen. Su bebé podía comer hasta dormir ya que el lugar era silencioso y con una temperatura levemente más cálida que en el resto del recinto.

Las sorpresas positivas siguieron. Había una especie de servicio de mobiliario y asuntos técnicos que funcionó muy bien. Mesas cocteleras a las que podíamos solicitar que fueran vestidas con licra negra o blanca, sillas acolchadas, bancos altos para las mesas cocteleras, extensiones, regletas y hasta cable HDMI para pantallas. No recuerdo nada ni parecido a esto en ferias anteriores. Las salas para exposiciones y eventos totalmente equipadas y separadas del ruido de la feria.

El uso del espacio resultó ser bastante flexible, las mesas cocteleras podían ubicarse en los amplios pasillos, frente a los stands.

La sala para expositores fue lo máximo. Un lugar amplio, sereno y equipado con varios microondas, con cámara de refrigeración y mesas cómodas para comer tranquilamente.

Creo que la antigua Aduana sigue siendo un lugar maravilloso para celebrar ferias literarias. Es tan accesible, tan acogedora y con tanta historia que debe seguirse considerando como centro ferial. Eso sí, creería que debe eliminarse la fastidiosa segregación entre la Casa del Cuño y la nave principal de la antigua Aduana. Debe existir una mejor integración entre esos dos edificios y una distribución sin apartheid. 

El camotazo:
Ya para el segundo día de exposición se leían y escuchaban muchas opiniones positivas. Los buses de TUASA salían cada 6 minutos desde San José y paraban justo al frente del Centro de Convenciones. La gente sí llegó. Pero, con todo, se seguían leyendo y escuchando críticas de todo tipo. Algunas de ellas certeras y dignas de consideración. Algunos stands parecían no pertenecer al espíritu de la FILCR. Eran de otra especie, de otro planeta, de otra feria. El programa de actividades fue variado y nutrido, lástima que no se hizo uso del sistema de amplificación del lugar para anunciar los evento y sus respectivas locaciones.  El sábado 27 hubo algunos cambios repentinos en el programa, causando complicaciones para algunos eventos. Una excelente innovación fue la de la inclusión del Lunes de leer, de Dino Starcevic. Disfruté particularmente la visita de don Carlos Francisco Echeverría, que estuvo firmando su libro «Los pocos sabios» y una interesante presentación del nuevo libro de Andrey Ramírez Quirós. Me perdí la participación de Catalina Murillo a quien vengo siguiendo -casi persiguiendo- desde Madrid, pero me encontré con Paul Benavides, Carlos Rubio y don Alfonso Chase, con algunos de ellos hubo tiempo de compartir un café. 

Participé en un internante conversatorio sobre los retos de la edición en Costa Rica junto a Gustavo Solórzano-Alfaro y  María del Mar Obando.  De esa conversación quisiera rescatar algunas pequeñas reflexiones: Gustavo proponía una especie de regreso a la idea clásica de lo que debe ser una editorial. Esto involucra, según sus ideas, que la editorial asuma todos los costos de la publicación de un libro. Pero yo creo que el dogmatismo tanto religioso como en el ejercicio editorial debe ser superado.  Es sabido que Cervantes debió correr con los gastos de la impresión de sus letras, lo mismo que Lutero y la grandísima mayoría de escritores y escritoras de la Historia. La idea casi fantástica de encontrar una gran editorial que te publique y te pague suculentas regalías por tus libros no solo es fantasiosa, sino muy reciente. Además, yo añadiría que debemos diferenciar entre un libro impreso y un libro publicado. Un libro impreso no es más que un documento guardado en cajas en las grandes bodegas de las editoriales estatales, un libro publicado es el que llega a las manos de las y los lectores. Si para lograr lo segundo es necesario romper con la dogmática editorial, lo haremos. 

Volvamos al tema anterior: otras críticas seguían siendo infundadas: que la distribución no era equitativa, no había suficientes opciones nacionales, que todo aquello parecía más un mall que una solemne y sacrosanta feria del libro, que primaba lo comercial -como si en la antigua Aduana no primara también lo mismo-, que le faltaba calidez -como si en el otro recinto no se hubieran quejado, más bien, del exceso de calor- y un largo y entretenido etcétera.

Y de entre todas aquellas voces cabreadas apareció la de doña Tatiana Lobo. Primero rezongando y diciendo que solo iría un día y porque había adquirido un compromiso con la editorial que exponía sus libros. Pero luego, y aquí se puso camote el asunto, su perorata arremetió contra los escritores -hombres- que «venden sus libros como camotes». Comparto su post

A lo que yo repliqué:

Aquello suscitó una inusitada reacción y el asunto se volvió, digamos, tendencia en redes sociales. Los camotes entonces llegaron al recinto ferial.

La cosa se iba poniendo más camotuda conforme pasaban las horas. Algunos expositores llevaron chayotes o pasaban a tomarse selfies con los camotes.

Hasta puré de camote nos dieron ese día en el almuerzo. Los chismes decían que se discutió el asunto del camote en las altísimas esferas del Sanedrín de la Cámara del Libro, quién sabe si será cierto.

Doña Tatiana finalmente llegó el domingo 4 para firmar sus libros. Yo me acerqué para saludarla y me invitó amablemente a sentarme junto a ella y conversamos distendidamente. Todo quedó en anécdota y reflexión.

Finale o el cerrar de los ojos:

La feria se fue casi sin darnos cuenta. Esperamos dos largos años para vivir la alegría, la fiesta, la emoción de la feria. Ahora toca cerrar los ojos y sacar conclusiones pausadas y serenas. Los aciertos y los errores cometidos deberán ser llevados a conversaciones maduras que busquen consensos y mejoras. De momento nos quedamos con un camote, los libros y los abrazos.

¡CAMBIO DE PLANES! Hablo sobre mi nuevo libro

5 de septiembre de 2022

¿Ecclesia reformata semper reformanda est?

5 de septiembre de 2022

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.