Hace una semana recibí correo. No me refiero a un correo electrónico sino a correo postal ordinario. El sobre provenía de Madrid. Más concretamente de la Universidad Complutense. Lo remitía Miriam Blanco Cesteros, la papiróloga que más admiro. Qué bien se siente recibir una carta, un sobre, un paquete que ha recorrido miles de kilómetros hasta llegar a mis manos. El correo ordinario nos da una lección profunda de interpretación, de exégesis. Nos dice quién lo envía, desde dónde lo envía, cuándo lo envía y quién es el destinatario. Esos datos son cruciales para poder interpretar el contenido del sobre. Quién, dónde, cuándo y para quién. Todo ello nos da pistas de una de las preguntas más importantes aún: la intención, el porqué, la o las razones de existir de ese documento. Ahí tenemos la mayoría de las claves de interpretación.
Si encontráramos una carta antigua y leyéramos la frase “Todo está hecho”, podríamos decir que se trata de un asesino dando cuenta de su trabajo. Pero también podría ser un anciano que acaba sus días y se siente satisfecho con el resultado de su vida. Incluso podría ser la frase de un médico que reporta el resultado de una cirugía a un familiar lejano de un paciente expatriado. Pero no lo sabemos. Necesitaríamos averiguar primero quién escribió la carta, en qué fecha, dónde la escribió y para quién la escribió.
No sé si será porque fui instruido en el apasionante arte de la interpretación de los textos, sobre todo de textos antiguos, escritos en lenguas muertas e ignotas y escritos por hombres y mujeres pretéritos de quienes sabemos poco o nada, pero no puedo abordar un libro —ninguno— sin procurar analizarlo lo más respetuosa y profundamente posible. Es así como al leer el relato de la creación mítica de la mujer en el Génesis, no puedo simplemente creer que ella fue creada de la costilla de un macho y que es una “ayuda idónea para él”. El texto desnudo en su traducción al castellano dice eso. Eso dicen las palabras, pero ¿Qué quiso decir el autor? La datación del texto, ignorar el nombre verdadero de quien lo escribió e intuir apenas el lugar del Antiguo Cercano Oriente en el que fue redactado en alguna tablilla de arcilla me obliga a intuir que hay algo más. Lo más concreto es su lengua y los testigos manuscritos que nos llegan. El hebreo en el que nos llega me explota en la cara y me advierte que el autor nunca dijo que la mujer sería una simple ayudante del hombre, una copiloto, la que limpia, barre y cría a los hijos. El hebreo usa dos palabras: ezer kenegdo. La primera significa salvadora, rescate, auxilio y la segunda significa que esa salvadora está frente a frente a él. No detrás, no debajo, no a un lado. Solo cara a cara, misma dignidad, mismos derechos, misma libertad. El texto mismo nos responde a la pregunta que se nos viene a la cabeza de inmediato: ella es la salvadora de la soledad, del peligro de la muerte, del vacío y de la insignificancia. En ese sentido el versículo antiguo es una bomba atómica que fue lanzada miles de años antes que las de Hiroshima y Nagasaki. La mujer es igual al hombre y tiene un poder que él no tiene, el poder de la vida y de dar perpetuidad y sentido a la humanidad. Pero su papel no es reducido a la maternidad, ésta es opcional y no obligatoria para ella.
Cuando leo alguna reseña de un libro —abundantes por estos días— no puedo más que sorprenderme de la irrelevancia de miles de lecturas. No digo que solo los críticos profesionales, quienes han estudiado literatura o filología, tengan el derecho exclusivo de comentar y reseñar libros. Nada más lejos de lo que pienso. Creo que hay una riqueza en la diversidad de acercamientos a una obra, desde infinitos puntos de partida. Me refiero, más bien, a la premura, a las ansias que exudan cientos de comentarios escritos con la intención de obtener likes en las redes sociales. Un libro que fue escrito durante 6 o 7 años, editado con esmero durante largos meses y publicado con gran sacrificio para que esté al alcance de la mayor cantidad de lectores posible no puede ni debe reducirse a una reseña destinada a obtener más seguidores. Es un crimen perpetrado con ensañamiento cuando todo se reduce a si me gustó o no, a si pudo leer rápido o lento o si conecté o no con los personajes. Es mayor el ensañamiento cuando todo eso culmina en una calificación arbitraria y subjetiva de tres o cuatro (a veces 3,5 o 4,5) estrellitas.
Es por eso que, como escritor agradecido con la grandísima mayoría de reseñas y calificaciones que han recibido mis libros, quiero compartir lo que a mí, de manera absolutamente personal, me gustaría que incluyera cada receta que compone una reseña no realizada por un crítico de profesión.
Creo que hay una riqueza en la diversidad de acercamientos a una obra, desde infinitos puntos de partida.
1. Siempre que se reseñe un libro se debería añadir un pequeño párrafo acerca del autor o autora.
2. Cada reseña debería ser aderezada con un pequeño análisis del estilo utilizado y característico de cada escritor. Como la huella digital que lo hace único y diferente.
3. Seguidamente se debería salpimentar con un listado de los temas y exploraciones hallados por el lector en el libro. Por ejemplo, en mi última novela, llamada El caligrafista, podemos elaborar una lista como la que sigue:
• La exploración emocional en la novela.
• Lo simbólico (Nombres, símbolos, alfa-omicron, perla-margarita-cerdos etc)
• La sexualidad en la Edad Media.
• Lo religioso: Entre el cristianismo, el Islam y Zoroastro.
• La diabolé en la actualidad.
• El poder de lo diminuto: esférulas, pergaminos, letras y signos.
• El sitio, el hambre y la teología.
4. La receta podría incluir guarniciones o sides que podrían tocar los temas más personales atinentes al lector o lectora. Lo que sintió, lo que quiere destacar, lo que no le gustó o lo que le pareció aberrante, aterrador, delicado, ingenioso o fascinante.
5. Creo que las estrellitas deben quedar relegadas a las plataformas que las solicitan. Una buena reseña no necesita el recurso de las estrellas para ser buena o para comunicar algo. Y cuando sea absolutamente necesario calificar con estrellitas, creo que es justo calibrar hacia arriba las medias estrellitas. Así, cuando se califique con un 3,5 o 4,5 tendría más sentido que el 3,5 se convirtiera en un 4 y el 4,5 en un 5 absoluto, porque de todas formas la plataforma signará la calificación como un 3 o un 4, hacia abajo, dañando la calificación, el libro y al autor.
6. He aprendido a no decir nada si nada bueno tengo para decir. Antes de publicar una reseña negativa debemos preguntarnos ¿Realmente es necesaria? ¿Es importante advertirle de esto a las demás personas? ¿Les provocaré un beneficio al evitar que lean ese libro? ¿Estoy realmente cooperando en la difusión de buenas obras de iteratura?
Quizás este pequeño artículo no sea leído por casi nadie. Pero también podría llegar a ser estomagante para alguno que otro. Que sea lo que tenga que ser.
Amén.
Pd: Escriba en comentarios lo que añadiría a la lista de deseos de lo que le gustaría que contengan las reseñas de libros en redes. Si es bookfluencer escriba lo que quisiera que los autores hicieran para mejorar la simbiosis entre ambos.