Este es un artículo coral sobre la novela El Caligrafista (Jose Chacón, 2024).
Sinopsis de la novela
El Profesor Freedman tiene la clave para resolver el misterio que ha rodeado, durante 700 años, la vida de Margarita de Trento, una hereje que vivió en la Italia del siglo XIV. Ahora ha decidido revelarlo durante una conferencia en el Palacio de los Papas de Aviñón, Francia. Mientras tanto, Maha, una criminóloga iraní exiliada en Londres está investigando una serie de asesinatos ocurridos en la ciudad sagrada de Mashhad, cuya clave está en un misterioso Corán escrito con la sangre de Saddam Hussein. Nerea, la papiróloga madrileña del momento, investiga las tintas mágicas antiguas mientras intenta sobreponerse a una ruptura amorosa y a la muerte de su padre.
La exploración emocional en la novela
Gabriela Retana, politóloga.
En la novela se presenta una exploración emocional trazada con pluma altamente sensible y descriptiva acerca de los sentimientos de cada uno de los personajes, propiciando que quien lee se sienta identificado en algún punto, dado que relata pasiones que todos experimentamos en algún momento a lo largo de la vida. Este acercamiento a lo emocional en el texto denota además una minuciosa investigación de teoría psicológica de parte del autor.
Los personajes principales involucrados en la investigación del crimen sienten, en principio, incertidumbre por el reto que tienen en frente e incluso temor al tener que interpretar mensajes codificados y recopilar la información necesaria para crear el perfil criminal del asesino.
Una emoción muy presente a lo largo de la novela es el miedo, que fue experimentado por todos en cierta medida y por diversas situaciones. Por ejemplo: David Freedman y Josep O´Callagham sintieron miedo al escrutinio púbico, al rechazo y a la crítica, mientras que Nerea y Maha tienen en común el miedo al abandono y la soledad. Por su parte Margarita, Dulcino y también Maha tuvieron miedo a la muerte.
El personaje de Nerea inicia como una mujer nostálgica recordando buenos momentos vividos en el pasado que se convirtieron en una especie de doble abandono al ver finalizada su relación sentimental tan solo seis meses después de la muerte de su padre. Aquí el texto denota una investigación exhaustiva de José Chacón sobre teoría psicológica ya que describe los rasgos más característicos de la depresión. Este personaje acercándose al final de la novela parece haber salido de ese agujero negro y volver a sentir felicidad e ilusión, sensaciones que creía perdidas.
Maha por su parte hace una descripción muy sensible de la tristeza profunda que le provocó recibir acusaciones infundadas en su contra e incluso haber sido sometida a maltrato temiendo por su vida. Es una mujer que parece apagada tras dejar su identidad y a sus hijos, describiendo una especie de desolación que además se manifiesta como un fuerte enojo y frustración por las injusticias sociales.
Maha y Nerea, a través de la novela, desarrollan un sentimiento mutuo de empatía y una entrañable amistad al conocerse a profundidad y descubrir que ambas sufrieron traumas en el pasado que les han marcado intensamente.
El rencor está ejemplificado en la novela en la anciana que, tras la muerte de su hija y nietos, maldice cada año la tumba de su asesino siendo que no logra superar el dolor causado por su partida. Hay una manifestación del rencor en Margaret, a quien esa emoción le arrastra a convertirse una paradójica perpetradora en su búsqueda de justicia.
El amor también está ejemplificado claramente en la novela mediante Margarita y Dulcino quienes lucharon juntos hasta el final y se describen de forma explícita, pero sin caer en lo vulgar, sus expresiones de pasión públicas y casi despreocupadas.
La persona lectora transcurrido el texto experimentará sus propios sentimientos encontrados entre líneas hasta estremecerse en la trama ya que logra generar enorme empatía hacia sus personajes.
El terror biológico y lo grotesco en El Caligrafista
Silvia Quesada, filóloga y docente.
Es probable que en los dibujos fantásticos de nuestra niñez escondiéramos, sin pensarlo, terrores que nuestra familia miraba con risa o ternura: figuras con orejas del tamaño de brazos, bocas en lugares poco convenientes, extremidades animales que salían de espaldas cóncavas y protuberancias que se buscaban un espacio entre el amasijo creativo que era ese ser irreal y deforme nacido de un crayón. A pesar de su rareza, los colores pastel y la inocencia infantil del artista atenúan el miedo que provocan esas criaturas, al punto que terminan colgadas en la sala, entre fotos de antepasados y títulos académicos. Y no pasa absolutamente nada con ellas, hasta que una noche, ese ser de tiza pastel se sale de su marco, se arrastra hasta nuestra habitación, se pone frente a nuestro rostro y se nos aparece en todo su esplendor, con todas sus deformidades al descubierto y un ojo a la expectativa de que lancemos ese grito que nunca sucede en las pesadillas.
El terror biológico anida en los seres humanos de forma natural. El temor a los cuerpos alterados, modificados por la ciencia o por castigos de tiempos antiguos nos aterran porque desafían la naturaleza. Es alimento para teorías conspiranoicas en las que los monstruos de Frankenstein se crean en morgues o, en casos más alegres, para satisfacer el sueño de volar, finalmente, con alas propias.
El Caligrafista es una obra que nos somete a ese horror de una manera particular: el ilustrador (Harold Segura) nos lleva de la mano hasta una galería de arte macabro y el autor (Jose Chacón) nos susurra lamentos a través de las paredes que sostienen marcos y grietas. Mientras avanzamos —paso a paso, página a página— nos reciben seres monstruosos que bien podrían ser parásitos, animales o criaturas mitológicas que, extrañamente, no parecen tan amenazantes como creemos que son, pero que transforman la galería en una casa de sustos.
Los cuerpos alterados y las caricaturas de seres monstruosos nos recuerdan que lo desconocido nos da miedo y nos atrae a la vez. No podemos dejar de observar algo que nos atemoriza porque queremos absorberlo, porque guardamos debajo de la almohada la angustia de no despertar de una pesadilla en la que nos vimos al espejo y no nos encontramos.
La novela de Jose Chacón nos obliga a mirar hacia adentro, pues nos hace ver que el verdadero horror no reside en los monstruos que nos despiertan de madrugada, sino en las voces oscuras que llevamos dentro. En El Caligrafista, el terror biológico se instala en nuestra mente cuando aceptamos la posibilidad de que alguien altere nuestro cuerpo para satisfacer un deseo, cuando entendemos que aún no nos ha pasado lo peor que nos puede pasar, cuando caemos en la cuenta de que las historias de mutilaciones y violencia no se quedan encerradas ni en la pantalla grande ni en la literatura.
Así, mientras unos leen la novela y apagan los pensamientos intrusivos con un cigarrillo o una taza de café, hay quienes pasan la página e imaginan que esos dibujos grotescos que trazaron en su niñez les arrancan un único pedacito de su propia piel para hacerles una venda que les tape los ojos. Quizás al pasar la página ese pensamiento se borre, o quizás no. Total, el cuerpo es frágil, pero más lo es la mente humana.
La psicopatía en el Caligrafista
Sue Hellen Roldán Castro, psicóloga
La personalidad psicopática tiene una alta probabilidad de transgredir las normas sociales, manifiesta desajustes en los rasgos del temperamento y en los comportamientos. Intentaremos utilizar la premisa “No todos los psicópatas son criminales violentos” para obtener una subjetiva aproximación del perfil psicopático en la novela El Caligrafista y el manejo que hace el autor de la psicopatía en la obra.
La cotidianidad en la vida de Saeed Hanaei nos sitúa frente a un hombre que da la impresión de atender con equilibrio las diferentes dimensiones de su vida: Cuida su aspecto físico, tiene una ocupación, es educado académicamente, tiene familia, aficiones e intereses. La descripción que Maha (otra de las protagonistas de la novela) ofrece en varios momentos del libro (p. 92; 214) hace parecer que Hanaei no es un delincuente o un criminal violento. En su sentido más sencillo podríamos explicar la complejidad del trastorno como una condición que no compromete la salud de quien lo padece directamente y este será entonces un punto de enfoque para comprender su carencia a experimentar emociones y sentir empatía. Dado que, al no dañarse personalmente, no existe nada que considere cambiar, cuidar, atender. Nada lo hará cuestionar su comportamiento.
Volvamos a Saeed, e incluyamos a Reniero Avogadro (personaje siniestro que representa a la Iglesia en la novela), ambos muy diferentes entre sí. Los dos creen que “hacen lo que deben”, no sienten culpa y no consideran las consecuencias por los daños que puedan causar a otras personas con sus conductas. Viven sin culpa y, por lo tanto, sin arrepentimiento. Y esto no quiere decir que no tengan consciencia de sus actos: Saeed Hanaei es consciente de sus crímenes, puesto que son premeditados. Esto que permite establecer un perfil y un modus operandi. Sin embargo decide vivir sin el peso de la culpa y por ende evadiendo deliberadamente las responsabilidades sobre sus propios actos delictivos porque, desde su perspectiva, matar a 16 mujeres prostitutas está justificado desde su fe en el año 2001. Misma historia con la persecución que monta Avogadro contra Margarita, Dulcino y la comunidad de los fraticelli en el año 1307.
Desde las concepciones religiosas tanto la culpa como el arrepentimiento son constructos fundamentales que acompañan la fe que se profesa, se acogen como los pasos iniciales para ganar el perdón. Ni Saeed Hanaei ni Reniero Avogadro temen hacer cumplir sus intereses, su deber sagrado, lo mandado, lo esperado. Ponen su enfoque en lo requerido por su dios y, sin problemas racionales, justifican sus acciones para cumplir con el querer de dios a costa de lo que sea. Porque, como ya dijimos, ni siquiera se detienen a considerar lo que implica “hacer la voluntad de dios”.
En el texto de la novela vemos otros estilos de psicopatía, con rasgos similares y complementarios a los que ya mencionamos. Y es aquí donde, en este tema, la obra posee un alto valor por la manera en que Jose Chacón acompaña a sus personajes psicopáticos y con acciones explica cómo se ve este complejo trastorno de la personalidad en sus diferentes manifestaciones.
En otras obras de este género con otras voces, de otros autores, el trastorno psicopático vive hasta el culmen mientras se alimenta de la experiencia reduccionista que sugiere el morbo, el suspenso, lo prohibido o el castigo. Los psicópatas de otros libros acaban sueltos a su suerte provocando en quien lee la efervescente sensación de que estuvo bueno, pero algo falta. Por lo general ese vacío en el rol del personaje es más profundo que la satisfacción del perfil adecuadamente construído.
El Caligrafista es una obra cuyos personajes psicópatas son delicadamente acompañados por las finas descripciones del autor hasta depositarlos cuidadosamente y con estilo único en un final que no deja cabos sueltos, que acepta interpretaciones siempre en la línea de la vivencia real de la psicopatía como trastorno.
Finalmente, como se lee en el epígrafe del capítulo 4, José Manuel Nieves, en una entrevista a Robert Hare: “Los psicópatas no son solo los fríos asesinos de las películas. Están en todas partes, viven entre nosotros, y tienen formas más sutiles de hacer daño que las meramente físicas. Los peores llevan ropa de marca y ocupan suntuosos despachos, en la política y las finanzas. La sociedad no los ve, o quiere verlos, y consciente”.
El autor de El Caligrafista propone un cuestionamiento apasionante: ¿Es posible hablar de sociedades con carácter psicopático? ¿Es posible que existan organizaciones, entidades, culturas o religiones con temperamentos y comportamientos psicopáticos? ¿Es esta la razón por la que es posible que socialmente algunos rasgos de psicopatía estén integrados en la cotidianidad y logran naturalizarse? ¿Son estas formas sutiles de manipulación invisibles y consentidas las que vuelven permisivas a las sociedades, negligentes y ciegas?
Sobre las Muertes dentro de El Caligrafista
claire de mezerville lopez* psicóloga, profesora y escritora.
*elige adrede poner el nombre en minúsculas.
En El Caligrafista, José Chacón presenta un abanico mortuorio provocador. Inicia con un teólogo inquieto por descifrar asesinatos; una mujer mayor maldiciendo en secreto en un cementerio; una académica europea profundamente deprimida tras la muerte de su padre y una serie de crímenes violentos que arrebatan la vida a mujeres en Irán. Es claro que es un libro que no teme acercarse al tema de la muerte. Lo que no es evidente a primera vista es que la novela presenta diferentes tipos de muertes, cada una con su propia túnica de horror.
La muerte tanto en el terror que evoca como en su efecto eliminatorio, siempre pasa por el cuerpo. Aun así, no toda muerte es literalmente corporal. Un importante ejemplo es cómo El Caligrafista presenta la muerte de quien se descubre apátrida a través de Maha, o bien la muerte académica -o política, o de la propia reputación- a través de O’Callahan y que se desarrolla mediante el terror fatalista que experimenta David Freedman durante la primera mitad de la novela. También encontramos la muerte simbólica cuando Nerea, al perder a su padre y a su esposo, queda a la deriva, sin ningún ancla con la vida y navega entre las olas de ese Hades intermedio, donde no se ha muerto, pero no vive tampoco. Es hasta que el símbolo paterno se desmorona que ella logra reconectar consigo misma y con estar viva, desde la aceptación de la carencia, cierto, pero también desde la gloriosa y vulnerable incertidumbre que significa vivir.
La novela es aguda entonces al presentar los estados depresivos o ansiosos que acompañan a aquella persona que se descubre escindida de su grupo, de su sentido, de su cuerpo, de su ideología o de sus ídolos y es ahí donde, de una forma inesperada, logra transmitir cómo hay invitaciones a la vida hasta en los rincones más inesperados. Asimismo, El Caligrafista es elocuente en advertirnos cómo las rutas de la muerte, con su abanico de horrores, tienen también una habilidad perversa para, inclusive, transformar a perseguidos en viciosos perseguidores.
Las humanidades ¿Son importantes?
Miguel Campos Cambronero, ingeniero informático
Termino media hora antes de mi jornada de teletrabajo, repaso los apuntes de la conferencia que atendí días antes sobre una «Introducción a La Programación Cuántica” que me pareció más bien estar en presencia de una novela de “ciencia ficción” pero que es una realidad hoy en día. Para empezar a asimilar algunos de sus conceptos tuve que dejar a un lado muchos paradigmas de la Computación que me han servido en mi trabajo de informático por más de 4 décadas. Nuevos conceptos, nuevas tecnologías, nuevas mentalidades. Nuevas cargas cognitivas. Termino la jornada y después de servirme un café empiezo la lectura del Caligrafista.
Aparte de la trama, me llama la atención que existan personas que han “sacrificado” o “gastado” toda su vida descifrando textos antiguos, interpretando restos de escritos sobre papiros hechos confeti por el tiempo. La novela puede dar ficción a la trama, pero los personajes que la viven tienen dedicación a carreras y profesiones que son reales. Papirología, Filología, Paleografía, Historia, Filosofía, Hermenéutica, Sociología, Antropología, Filosofía… Me cuestiono si vale la pena tantas vidas entregadas a estos estudios, si las Ciencias Sociales y las Humanidades aportan o dan alguna retribución a la Sociedad, más ahora que se enfatiza en la importancia de enseñar carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) sobre otras profesiones como las que llevan los personajes del Caligrafista. Investigo.
Con lo del concepto de la Física Cuántica tan a mano, el primero en tener presente es Einstein y su relación tan compleja con la teoría cuántica. Leo que dijo en una carta que sin haber conocido la filosofía de Hume nunca hubiera llegado a poder formular la teoría de la relatividad. Se me viene a la cabeza el concepto de “lógica difusa” que es un enfoque matemático muy importante en sistemas que no son determinísticos, como los sistemas de control, la inteligencia artificial y los sistemas de tomas de decisiones ya que en lugar de trabajar con los valores absolutos de verdadero o falso, la lógica difusa permite grados de verdad más allá de la lógica clásica para manejar la imprecisión y la incertidumbre. Encuentro que el fundador de este concepto fue el matemático e ingeniero húngaro Lotfi Zadeh que basó su trabajo en cuestionamientos filosóficos sobre los límites de la lógica clásica y la forma de utilizar la ambigüedad y la incertidumbre. Le pregunto al ChatGPT la importancia de la filología en la inteligencia artificial y me sale con que su importancia es significativa ya que son sistemas que buscan comprender y procesar el lenguaje humano de manera más natural y precisa con lo cual aporta un entendimiento detallado y contextual del lenguaje que es básico. Concluyo que las Humanidades y otras áreas de conocimiento “NO-STEM” tienen un valor único porque fomentan el pensamiento crítico necesario para la innovación, la compresión detallada de la cultura y la sociedad sin las que no se hubiera podido lograr los avances tecnológicos de hoy en día. Ahora entiendo lo que había leído hace unos días que en Silicon Valley, las empresas están buscando profesionales en carreras sociales y filosofía.
Se me hace más evidente que aportan perspectivas únicas y habilidades importantes que van más allá de la programación y la ingeniería. De pronto me acuerdo de una conferencia en la UNAM sobre Inteligencia Artificial, que no fue nada técnica y en el cuál el conferencista hablaba de la importancia de la ética en la tecnología ya que ésta por sí sola no es buena, como erróneamente se le percibe y ponía de ejemplo los avances tecnológicos que llevó a producir la bomba atómica. Una conferencia sobre IA en el que se citaba a Aristóteles, Platón, el Papa Francisco, se hacía referencia a la consulta de textos antiguos de libros sagrados de las principales religiones para encontrar la verdad necesaria para una ética en el uso de la IA pero también en áreas como la Biotecnología y la Privacidad de Datos. Me pregunto si el Profesor Freedman y o el papirólogo O’Callaghan tuvieron alguna vez la mínima idea que sus aportes podrían influenciar de alguna manera los adelantos tecnológicos.
Gracias, Caligrafista. Sin tu lectura no hubiera tenido unas horas de esparcimiento, emociones y enseñanzas que no solo eran las que estaban contenidas en tus tapas, si no que me motivaron a buscar y encontrar la importancia de todas las áreas del conocimiento y entender que la Tecnología mama y se nutre de los pechos de la señora Humanidades.
La Diabolé en la Actualidad
claire de mezerville lopez* psicóloga, profesora y escritora.
*elige adrede poner el nombre en minúsculas.
En El Caligrafista, Jose Chacón describe la diabolé (Διαβολή) como una calumnia ritual o una acusación retórica. Jose la define como una acusación falsa contra una mujer, con el propósito de que la divinidad se irrite contra ella (p. 125). En el contexto de la novela, sirve de categoría para una variedad de acusaciones que procuran la anulación de lideresas eclesiales femeninas, como “la Bruja de Silene”, María Magdalena, o Margarita de Trento, mediante procesos de vilificación que pueden ser carentes de rigor, evidencia o incluso nombre (¡acusaciones anónimas!), pero institucionalmente legitimadas.
La diabolé está tan a nuestro alrededor -¡vivimos en ella!- que le ocurre lo que, en palabras de Foucault, le pasa a los peces que afirman no saber qué es el agua. Desde el psicoanálisis, diabolé es ver en las mujeres la carencia, la falta. Luce Irigaray (1985) es elocuente al decir que los genitales femeninos están lejos de ser esa “carencia de un pene”: por el contrario, son dos labios que se besan y que representan la multiplicidad que vive en cada mujer. La vagina es una y también es dos, pero en esta diabolé psicoanalítica, se convierte en cero: “Rigorously speaking, she cannot be identified either as one person or as two. She resists all adequate definitions. Further, she has no “proper” name. And her sexual organ, which is not one organ, is counted as none” (Irigaray, 1985, p. 26). ¿No es acaso esa una diabolé: una acusación para que la divinidad se irrite contra lo femenino y lo determine carente, necesitado, envidioso?
Los ejemplos de diabolés no se limitan a los terrenos complejos, como los religiosos, filosóficos o psicoanalíticos. El siglo veintiúno es generoso en ejemplos de acusadores retóricos y mágicos que procuran la ira de la divinidad -o del poder popular- contra las mujeres. Adrienne Rich (2003) lo dijo bien, al afirmar que la nueva derecha tiene un mensaje claro para las mujeres: ellas son la propiedad emocional y sexual de los hombres, por lo que su autonomía representa una peligrosísima amenaza contra la familia, la religión y el estado. Tanto es así, que Rich afirma con preocupación que, socialmente, nos parece más normal y humana la violencia de un hombre sobre el cuerpo de una mujer, que el amor mutuo entre dos mujeres. ¿Por qué la última causaría más aversión social que la primera? Porque nadamos en la diabolé, porque es el agua en la que vivimos. La palabra “feminista” genera más anticuerpos y resistencias que el mismo patriarcado.
Y nos alimentamos de esto a diario. Recientemente, J.D. Vance, posible vicepresidente en la boleta de Donald Trump, se abrió campo en los medios de comunicación por sus afirmaciones en contra de Kamala Harris y Alexandra Ocasio-Cortez al referirse a ellas como incapaces por ser “señoras de gatos sin hijos que son miserables en sus propias vidas” (Benen, 2024). Los liderazgos conservadores cobran fuerza al acusar a mujeres poderosas: acusan a los cuerpos feminizados de ser peligrosos y de atentar contra la vida, la familia y el sistema si no se adecúan al rol de ser a partir del hombre: de que su principal identidad y llamado sea el de ser esposa, madre, o madre en potencia, todo antes que ser persona. La diabolé puede percibirse grotesca, como en el caso de Vance. Pero a menudo es seductora: se disfraza de romanticismo, de seducción, de protección. ¿No es una peligrosa diabolé esa imagen religiosa de la mujer como una niña o quizás una adolescente, arrodillada a los pies de un Jesús adulto que la abraza? ¿No hay acaso ahí una insinuación incestuosa, o impropia y servilista sobre el discipulado femenino, disfrazando la devoción mística con ese tufo a amor romántico, por tanto revistiendo a dios con forma de hombre y en consecuencia estableciendo al hombre como un dios? Claro, que yo diga algo así despierta las más furiosas diabolés desde los cuatro puntos cardinales, provenientes tanto de hombres como de mujeres.
En 1981, Monique Wittig cuestionó el concepto de “mujer” al plantear que la mujer, como categoría, nos encapsula en una serie de calumnias, de acusaciones que oprimen a cada una: a la persona única, irrepetible, múltiple en sus experiencias, necesidades, deseos y mundos internos, que siempre es mucho más que su categoría de mujer. Según algunas personas, la palabra mujer es en sí misma una diabolé. Tanto es así, que el 8 de marzo, día internacional de la mujer, la palabra mujer se convierte en tergiversación de la conmemoración histórica y la diabolé, la calumnia ritual, es la de felicitar a las mujeres por ser “el mejor regalo que dios (así, en minúscula) le da a los hombres). Somos regalos o vasijas antes que personas para complacer a los dioses. Cualquier resistencia, será sujeta a acusación y a calumnia.
Fuentes
Benen, S. (2024, 26 de julio). JD Vance tries, fails to clean up his ‘childless cat ladies’ mess. MSNBC.
https://www.msnbc.com/rachel-maddow-show/maddowblog/jd-vance-tries-fails-clean-childless-cat-ladies-mess-rcna163862
Irigaray, L. (1985). This Sex Which is Not One. Cornell University Press.
Rich, A. (2003). Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence (1980). Journal of Women’s History, 15 (3), 11-48. https://doi.org/10.1353/jowh.2003.0079
Wittig, M. (1981) One is not Born a Woman. In: McCann, C. & Kim, S. (2013). Feminist Local and Global Theory Perspectives Reader. Third Edition (pp. 246-251). Routledge.
Los Intertextos: La Divina Comedia de Dante, El nombre de la Rosa de Umberto Eco, Código Da Vinci de Dan Brown, Las mil y una noches, Negra Sombra de Rosalía Castro.
Paola Andrea Steller Campos, ingeniera Mecatrónica.
El Caligrafista es una novela que expone, de alguna manera, la continuidad de la llamada Santa Inquisición en nuestros días. Pues si, así mismo. Aún vivimos bajo la sinergia de un sistema religioso que se cree iglesia. Y peor, que tiene la certeza de que representa a Dios.
Es placentero y terrorífico a la vez ser parte de ese porcentaje de personas que hubiera sido quemado en la hoguera gracias a la estulticia de aquellos que usan su ego para decidir si somos o no merecedores de la redención terrenal. Esto sin comprender que su afán de limpiar el reino que creen que es de Dios, ya fue redimido, no tiene mancha, no hay inmundicia que buscar, solo expandir la buena nueva, la razón de ser de la creación. Cuánta necedad al querer ser defensores del reino de Dios. ¿Pero cómo defiendo el reino de Dios? Dios no necesita ser defendido.
La Divina Comedia de Dante, El nombre de la Rosa de Umberto Eco, El Código Da Vinci de Dan Brown, Las mil y una noches o la poesía de Rosalía de Castro Negra Sombra convergen en El Caligrafista. A veces para analizarlas de manera detallada y sorprendente, a veces para criticarlas con afinado sarcasmo. Todo para mostrar el artificio que usa el ser humano para castigar a otro, y el ingenio y valor de quien es castigado para alargar su estadía terrenal o para transformar la ira de su igual en misericordia. Esa misericordia que ya tenía, así como tiene oxígeno para continuar palpitando.
El autor de El Caligrafista nos conduce a las tripas de La Divina Comedia hasta encontrar claves diminutas que dan sentido a la trama de la novela. Nos lleva también a comprender Las Mil y una noches de una manera reveladora que conecta con la realidad actual de las mujeres de hoy en día. Negra sombra, de Rosalía de Castro, aparece como una obertura en la novela. Determina, quizás, las claves de lo que va a ocurrir. La pérdida, la soledad, la despedida temprana y atroz, la muerte y la pesadez de la vida misma. A Dan Brown lo desnuda críticamente y a Eco, sin mencionarlo, le sonríe con cierto sarcasmo respetuoso con una sentencia: Eso es ficción, esto es real.
La aparición de estas obras en la novela nos ayuda a analizar el comportamiento humano bajo límites, esos límites que tienden al infinito, aunque las reglas bajo las cuales son medidos se reducen a códices que tienen fin, ya sea porque no alcanzó tinta para seguir trazando lo que la discordia de la mente traduce de un libro santo, o porque simplemente la razón y el intelecto que fue comprado con sangre, no logra persuadir la maldad que se le atribuye a un diavolo (palabra que usan los acusadores de inocentes en la obra para destruir su reputación). Pero, ¿Realmente será un diavolo quien nos invade para convertirnos en seres atroces?
Los personajes de El Caligrafista, la mayoría personas que existieron o existen en la realidad, son ambiguos. Pueden ser buenos o malos. Casi siempre depende de quien los observe en la trama. Los Cátaros, Maha, Margarita de Trento y Dulcino de Novara, las prostitutas, Nerea, David, Afsaneh o nosotros mismos. Todos somos esa asíntota que nunca cruza ni toca la perfección de los postulados que nos llevarían a cumplir la voluntad de la deidad terrenal. Es solo eso, la demagogia entre pecado y libertad. ¡Que cínica forma de representar a Dios! cuando estamos en un “campo de batalla de todos contra todos”.
Dante Alighieri, Guillermo de Occam, Sherezade, María Magdalena, Maha, Margarita y Dulcino, las prostitutas, Nerea, David, Afsaneh… nosotros, viajeros que presenciamos, narramos y vivimos en este guion de pecadores y cumplidores de la ley. Saeed Hanaei, Reniero Avogadro, Guillermo Gui, Inocencio III, nosotros, inquisidores, buscando que otros, nuestros iguales, paguen por el mal, aunque no sean responsable de él.
Margarita, Nerea, Maha, Sherezade, las prostitutas, María Magdalena, Afsaneh, las brujas, yo; diavolos o simplemente mujeres que buscamos la liberación femenina, solo caminantes atraídas por el conocimiento, poseedoras de belleza, apropiándonos de la libertad.
Javier, Dulcino, Ismail, representantes del ruptura y la unión. La tinta que se graba en el alma para fluir, el “aleya” y el “hazen” que desborda el dolor o la felicidad.
Ismail, quien escudriñó, “oteó” el alma de Nerea.