La amenaza del voto «literatura»

 

 

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“Mi padre escribía libros sesudos” dice el escritor israelí Amos Oz en La historia comienza (Ediciones Siruela, 2008).  El, en cambio, escribía “sin las limitaciones de toda esa búsqueda e investigación, sin la carga de la obligación de conocer todos los datos existentes en la materia, sin el impedimento de cotejar fuentes, proporcionar pruebas, comprobar citas y poner notas a pie de página…”

La literatura tiene esa libertad creadora del autor, libertad que le permite poner fechas irreales, datos imposibles de comprobar, darle vida a pueblos inexistentes, arrancar suspiros con amores inalcanzables y crear miedos infundados.  La buena literatura tiene esa hermosa libertad, libertad que usurpa lamentablemente la mala literatura, confundiendo creación con mentira, metáfora con realidad, cuento con investigación o poesía con propaganda.

Amos Oz continúa: “Yo, por otra parte, sentía envidia de mi padre. Cada vez que se ponía a trabajar en un artículo erudito, su mesa de trabajo se llenaba, de un extremo al otro, de libros abiertos, separatas, textos de consulta, diccionarios, un arsenal de artillería de apoyo”. 

Por su parte la investigación no tiene la libertad de la que goza la literatura. No puede crear personajes ni realidades inexistentes. Debe limitarse a lo constatable. La comprobación es su camino y su meta.

En la política se da una especie deleznable de ensalada informativa que tiende a confundir mala literatura con investigación.  Lo que es mera y mala creación se toma por pura y clara investigación. Nada de comprobación, ni idea de constatación de datos ni de hechos.

Confiado el ciudadano consume, ansioso, raudales de mala literatura en su afán por informarse sin investigar, saber sin leer, aprender sin estudiar,  para decidir sin comprender. ¡Que comprendan los otros!, se dice impávido, que sepan los que escriben y publican,  los periódicos, periodistas, políticos y otros civiles que se lían a difundir de todo: Notas periodísticas, memes virales, chismes baratos, videos de youtube recortados, de todo  menos lo que Amos Oz llamaría “sesudo”. Nada de libros abiertos ni textos de consulta, adiós a los diccionarios, ¿para qué textos de consulta o la obligación de comprobarlo todo? si el pueblo lo que quiere es literatura, mala literatura. Nada de cosas “sesudas” , a la gente lo que le gusta es la novela, la mala novela, la invención, el chisme y la baratija informativa. Ya se sabe, pocos abren los libros de historia o , como mínimo, recurren a Wikipedia para corroborar algunos datos.  Un pueblo rebelado contra el arte de “cotejar fuentes, proporcionar pruebas, comprobar citas y poner notas a pie de página…”

 Es así como durante mucho tiempo los estadounidenses consumieron todo tipo de mala literatura creyendo que era inminente una invasión nicaragüense a tierras norteamericanas. Construyeron refugios en sótanos y temieron terriblemente. Fue así, con mala literatura, que millones de alemanes  (y luego millones de europeos) temieron terriblemente a los judíos, odiaron irremisiblemente a toda la judería por ser los artífices de toda decadencia y configurarse en la llamada “amenaza judía” (Cf. Los Protocolos de los Sabios de Sión). ¿Qué más? Era mala literatura la que hizo que millones de habitantes del planeta creyeran en las armas de destrucción masiva albergadas en algún rincón rural o en algún galpón desvencijado de Irak.

¿Para qué corroborar datos, ir a la historia, verificar nombres y fechas? ¿Para qué saber más, si ya tenemos a los diletantes de las noticias y a los autores de panfletos que nos dicen lo que tenemos que pensar? 

Empiece hoy mismo, incluyendo lo que lee en este momento, verifique que no sea mala literatura. Vote sesudamente, como si tuviera que escribir un libro sesudo, llene su escritorio de referencias, como si tuviera que demostrarlo todo. No haga voto  mala literatura, con un voto lleno de fábulas, hadas y demonios, vote sesudamente. 

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