Hace unos días conversaba con Alex, quien además de ser amigo, es un colega al que admiro y un compañero de comunidad en Interludio, y le solicité que nos colaborara con una reflexión acerca de la vida en comunidad.
Solo unos días después nos entrega esta excelente contribución, que reproducimos íntegramente.
La Comunidad en Búsqueda de la Unidad
Alexander Cabezas Mora Educador y Teólogo
Dios dijo: «No es bueno que el hombre este solo…» (Gn.1:27), pero en su mente divina más allá de crear a una mujer, su deseo era formar comunidades.
Las comunidades suplen muchas de nuestras necesidades fundamentales y debido a ellas podemos realizar nuestras aspiraciones sociales. Incluso, de las agrupaciones se desarrollan las interrelaciones pragmáticas que han dado paso al surgimiento de las familias, los grupos étnicos con sus códigos, sus historias, costumbres y vivencias particulares (David 2008).
Karl Barth, citado por Maston (1981), decía, Dios llama al ser humano a «encontrarse a sí mismo mediante la afirmación del otro, a conocer el gozo animando al otro y la expresión personal honrando al otro» (p.47).
La expresión acabada de la unidad en búsqueda de comunidad, implica relación y vivencia con el Creador, con el prójimo y con el mundo. He allí la importancia de la comunidad cristiana como un paradigma que refleja la unidad presente en el trino Dios.
Por otro lado, es ilusorio creer que sobre la base de nuestros recursos podamos reproducir las características de la comunidad espiritual. La recién inaugurada comunidad en el libro de los Hechos, «tenía todas las cosas en común» (Hch. 2: 44-47). No obstante, esta hermandad, solidaridad hacia los demás, la armonía para recordar al Señor mediante el compartir del pan y otros calificativos de comunión, fueron el resultado de «haber creído» (en Jesús como el Mesías). Mientras que de nuestros corazones pretenciosos y egoístas, estamos más inclinados a construir «torres de Babel».
Dietrich Bonhoffer (1996) decía:
Comunión cristiana significa comunión a través de Jesucristo y en Jesucristo. No existe una comunión cristiana que sea más, ni ninguna que sea menos que esta. Desde el encuentro breve, único, hasta la larga convivencia de muchos años (con otros creyentes), la comunión cristiana es solo esto: nos pertenecemos unos a otros únicamente por medio de Jesucristo y en El (p.4-5).
De las palabras de Bonhoffer se desprenden algunas conclusiones: Primero, la vida en comunidad es una iniciativa divina y Cristo es la cabeza. Segundo, nos debemos unos a otros y Cristo es nuestro centro. Tercero, las relaciones de hermandad cultivadas en la tierra, tienen trascendencia eterna. ¡De aquí a diez mil años continuaremos cultivando la amistad fraterna!
El autor del libro de Hebreos nos recuerda la importancia de buscar la constancia de la unidad por medio de la comunidad: «…estimularnos al amor y a las buenas obras» (Heb.10:24-25). Por cierto, la recomendación del autor: «no dejemos de congregarnos…» en el mismo pasaje, no es una imposición legalista para justificar el activismo eclesiástico que ha venido a sobresaturar las agendas de las comunidades y a fraccionar la armonía y el orden familiar.
Con la llegada de la globalización y el individualismo postmoderno, la comunidad de fe tiene un serio desafío al deconstruir la unidad basada en los métodos, las figuras, los personajes, los números y otros. ¿Será nuestra carencia de espiritualidad la causante de buscar la unidad en otras fuentes?
¿De qué sirve contar números como indicador de éxito, cuando cada vez son más frías y escazas las relaciones interpersonales? El peor mal que carcome la unidad son miembros incapaces de identificar amigos o conocidos dentro de las mismas comunidades de base: -¿Eres nuevo en esta comunidad? ¡Bienvenido! – No, tengo 5 años de asistir, pero ¡tampoco te conocía! Esta historia se repite día a día en nuestras comunas.
Finalmente, hablar de la unidad y comunidad, es transportarnos a Juan 17, pasaje considerado por algunos como «la carta magna de la unidad cristiana» (García 2009). En esta oración el Señor intercede por los momentos de agonía y tormento que vendrían, intercede por los suyos y por los que creerían posterior a su muerte y resurrección e intercede porque el sentido de unidad pueda ser perfeccionada en sus discípulos.
A más de dos mil años de esta oración intercesora derramada por Jesús, considero que aún estamos quedando en deuda. Pedro Arana, evidenciando el descuido que vivimos decía:
Es el mayor reclamo que los cristianos escuchan y que vienen de todos los países, de todas las etnias, de todas las lenguas y de todas las culturas. Toda la tierra habitada demanda de una presencia unida de los cristianos para llevarles salvación y no separación; sentido de comunidad y no confusión; dignidad y no distracción.
La razón más importante para que el mundo crea, según las palabras de Jesús, se encuentra en unidad y la verdad. Así como el Padre y Jesús son uno, la comunidad de fe tiene que ser testimonio de unidad y esto solo se consigue sacrificando y entregando.
¿Es esto utópico? Ciertamente no. Siempre y cuando dicho proyecto sea en Cristo y por Cristo; solo así se puede ir perfeccionando nuestro amor de unidad en la comunidad.
Bibliografía
Arana, Pedro. La misión integral en el entramado de gracia (sf), mundo e iglesia. Bonhoeffer, Dietrich. Vida en comunidad (1966). Editorial La Aurora: Madrid, Buenos Aires
David, Jeff. El liderazgo cristiano y la comunidad cristiana (2008). Artículo publicado para Prometa: San José, Costa Rica.
Maston, T.B. Ética de la Vida Cristiana (1987) Traducción de Floreal Ureta. Casa Bautista de Publicaciones: El Paso Texas.
García, Juan Pablo. Ecumenismo y espiritualidad (2009) en la obra de don Julián García Hernando, Vida religiosa.