Tenía solo 19 años. El genio que luego sería físico, teólogo, filósofo, inventor, matemático y hasta alquimista; el
bebé prematuro (nació tan pequeño que nadie creyó que sobreviviera) que llegaría a ser uno de los más prolíficos
científicos de la historia de la humanidad, entonces vivía atrapado. Su mente libre y creadora estaba encarcelada. Aún
su pensamiento no había hecho el primero y el más importante de sus descubrimientos: evadir la frontera entre ciencia
y religión (¿Tiene que haber frontera?). Aquél legalismo religioso de su Iglesia en Inglaterra lo mantuvo cautivo
mental y espiritualmente. A sus 19 años escribió una lista de 48 pecados que confesaba haber cometido. He elegido una
muestra de algunos «pecados» que atormentaban al joven genio.
- Comer una manzana en la Iglesia.
- Hacer una trampa para ratones en el día del Señor.
- Hacer pasteles en la noche del domingo.
- Recaída.
- No dedicar mi afecto a tí (Dios).
- No amarte por tu bondad hacia nosotros.
- No anhelarte.
sentía pecador. Me pregunto si más bien esta lista de «pecados» no revela un corazón sensible a Dios, que se
siente preocupado por ser un mejor creyente. Creo que si hoy cada uno de nosotros hiciera su propia lista de 48
pecados estaríamos en la misma situación que el joven Newton. La mayoría de los «pecados» enlistados no sería
bíblicamente pecado. El legalismo sí es pecado, porque obliga al creyente a llamar pecado lo que no es pecado y
hace mentir a la Biblia.