Mstislav Rostripóvich fue el siguiente nombre que quedó grabado en el ilusionarlo de mi niñez. Una vez más el telediario emitía una de esas noticias que absorben la atención de todos. Yo no entendía qué tenía de importante ver a un puñado de alemanes que picoteaban exultantes un ajado muro gris. Las imágenes iban y venían, se repetían las mismas escenas en todas las ediciones de los noticieros. Ya Córdoba había pasado a ser mi ciudad, recorría las calles del casco antiguo con toda soltura. Ahí estaban la Mezquita de Córdoba, la judería, la morería y el monumento a uno de los personajes que más me ha cautivado hasta hoy: Moshe ben Maimón.
A la mañana siguiente de aquél jueves 9 de noviembre de 1989 en la que Alemania se volvió loca de alegría y, una buena parte del planeta con ella, don Antonio nos contó la historia de un país que había estado dividido en dos partes simplemente porque no se ponían de acuerdo en la forma de pensar. A mí me resultaba de lo más tonto dividir un país entero por una diferencia de pensamiento. Pero cuando recobré el hilo del relato de don Antonio, nuestro profesor de pelo blanco, atrapé una palabra clave: Comunismo.
La forma en que don Antonio nos contó la historia tendía a la melancolía. Cualquiera hubiera pensado que estaba triste, lo cual me parecía extraño puesto que todos parecían alegrarse. Al final de la clase don Antonio nos dejó el reto de investigar durante todo el fin de semana y guardar la información que más nos llamara la atención para comentarla en clase. Escuché asiduamente todas las noticias que pude sin que nada me llamara suficientemente la atención como para comentarlo en la clase de don Antonio. Me sentía triste y avergonzado.
Fue entonces cuando, el domingo 12 de noviembre, escuchando la radio, percibí por primera vez el nombre más extraño que había escuchado, acompañado de una melodía triste y poderosa a la vez que salía, según relataba el locutor, de un violonchelo. Era Mstislav Rostripóvich, un ruso famoso por sus extraordinarias ejecuciones de violonchelo. El locutor hablaba con afectación: “En 1974 tuvo que huir de la Unión Soviética por su defensa de los derechos humanos”. Aquél hombre había hecho algo que me cautivó de inmediato, según relataba el hombre de la radio, el famoso músico se había apostado frente al Muro de Berlín, en pleno pandemónium de demolición, a tocar paciente y apasionadamente su instrumento musical. Era la suite número 2 para violonchelo de Johann Sebastian Bach. (Video http://www.youtube.com/watch?v=sSheWcRGbF0).
Quería investigar todo lo que pudiera. Encontré un Pequeño Larousse ilustrado del 86 en la biblioteca de mi papá. Este diccionario me encantaba porque poseía una sección especial para buscar nombres de personas famosas. Sin embargo no aparecía mi personaje. Rossetti, Rossi, Rossini, Rostand, Rostopchin, Rostov, Rota… nada. Los telediarios no daban la noticia que yo esperaba, no aparecía ningún ruso famoso tocando frente al muro. Conforme pasaron las horas, olvidé el nombre y solo recordaba que tocaba algo parecido a un violín y que lo había hecho pacientemente mientras caía el Muro. Pero nadie parecía saber nada de eso. Una vez más me sentí frustrado.
Caminé hacia la escuela con la sensación de haber fracasado, se me había escapado la oportunidad de impresionar a mi profesor y a mis compañeros con una información interesante. Entonces recordé que don Antonio también era músico, porque una tarde había llevado una flauta traversa a clase y había tocado para nosotros. (hay personas que nos marcan para toda la vida, años más tarde ese sería el instrumento que yo mismo elegiría aprender a tocar).
Así que me apresuré para consultarle humildemente y, así, completar la información para cuando me tocara hablar en clase. Lo importante, pensaba yo, era la noticia en sí, los detalles podía escribirlos en una hoja, como el nombre del músico. Cuando consulté con don Antonio, me llevé una sorpresa inolvidable. Se enfureció conmigo tremendamente y me mandó a mi silla enérgicamente. Nunca lo había visto tan enfadado y no me explicaba por qué lo estaba en ese momento.
Todos mis compañeros comentaron aspectos repetitivos de la noticia, y todos los comentarios me parecían tontos. Yo también estaba enfurecido con todos. Cuando me llegó el turno de hablar simplemente no quise hacerlo y me quedé en silencio sentado en mi silla. Esto enfureció aún mas a Don Antonio e hizo reír a mis compañeros. Disputamos esa tarde, don Antonio, fuera de sí, me levantó de mi silla tomándome por mi patilla y haciéndome caminar de puntitas hasta llegar al pizarrón. Yo tenía ganas de matarlo o de humillarlo públicamente. Entonces ocurrió un milagro. En el escritorio de Charito, la compañera más silenciosa que tuve en mi vida, estaba el recorte de la noticia que ella había comentado, pero como no había recortado solo la noticia, al reverso de esa página pude ver a un músico tocando un instrumento parecido al violín frente a un muro en ebullición.
Tomé la hoja y conté la historia, leí trastabillando el complejo nombre y añadí: “Lo que me llama la atención es que este hombre, conserva la serenidad en medio de tanta euforia”. Luego me senté satisfecho y sintiendo que había derrotado a un fuerte, a un grande, a don Antonio.
Rostropovich murió el 27 de abril del 2007, parece ser recordado por todos sus triunfos como músico y director de orquesta. Sin embargo, sigue siendo su apasionado e improvisado concierto del Muro de Berlín el aspecto menos comentado de su biografía. Yo sigo sintiéndome impresionado por ese acto.
Nunca terminaré de entender cómo los hombres pueden llegar a construir muros de división por diferentes motivos, ya sean raciales, políticos, económicos, sociales, etc….y paralelamente puede haber, en los mismos hombres, tanta sensibilidad, tanta belleza, por ejemplo en sus expresiones artísticas como la música y otras artes. Ese contraste violento en nosotros…..