A mis nueve años España se encuentra en plena transición hacia la democracia parlamentaria. Aun se habla en voz baja de los horrores de la dictadura fascista de Francisco Franco y, hace apenas seis años, el 23 de febrero de 1981, hubo un golpe de Estado que terminó fracasando.
Chary, la maestra de mi escuela, solía recetarnos largas peroratas acerca de la mejoría de la situación actual. Decía que ahora los habitantes de la ciudad volvían a gozar de igualdad como en los tiempos del califato, cuando en el siglo X Córdoba contaba con 27 escuelas gratuitas para enseñar a niños pobres, una universidad y una biblioteca pública con más de 400,000 volúmenes.
Nos enseñaba que todos los seres humanos somos iguales, no importa nuestra raza o nuestra procedencia. Repetía hasta el hartazgo que el gobierno de la provincia estaba rescatando los verdaderos valores. Se refería al alcalde, Julio Anguita (del Partido Comunista Español), como a un santo digno de nuestra más ferviente devoción. Desde el final de la dictadura, Córdoba ha sido gobernada ininterrumpidamente por partidos de izquierda (Partido Comunista Español e Izquierda Unida), excepto en la legislatura de 1995 – 1999, que fue gobernada por el Partido Popular.
De 1987 también conservo una fotografía, algo descolorida pero no menos intensa. La escuela ha organizado una excursión. Hace frío y ha vuelto a llover agua mezclada con arena rojiza. La excursión la dirige nuestro profesor de literatura, don Antonio. Nos dirigimos hacia un museo recién inaugurado el pasado 12 de febrero, tres días antes de mi cumpleaños.
Don Antonio nos va contando la historia de esta gran ciudad. Nos sorprende con datos que nos impactan, como que en el siglo X la ciudad llegó a tener más de medio millón de habitantes, convirtiéndose en la más grande, próspera y culta del mundo conocido y disputando su grandeza únicamente con Constantinopla. Yo escucho sus palabras mirando por la ventana, gran parte del trayecto desatiendo su voz, ensimismado en mis propias cavilaciones.
Algo me saca de mi estado de abulia. Don Antonio ha empezado a hablar de La Torre de la Malmuerta. Lo escucho como si me contara una historia de terror y no logro despegar mis ojos de mi maestro. Había un caballero muy adinerado que se casó con una bella joven. Ella tenía un corazón compasivo y salía todos los días a repartir comida a los más pobres. Lo hacía en secreto pues era de muy mal ver que una joven dama se mezclara con la gente sucia. El marido sintió celos de ella, creyendo que su mujer lo engañaba y la mató. Tiempo después se dio cuenta de la verdad y, arrepentido, fue a pedir perdón al rey. Éste le ordenó construir una torre para que siempre fuera recordada su esposa y el fruto de sus celos. No se sabe si fue el caballero, el rey o el pueblo quien decidió bautizar la construcción como Torre de la Malmuerta.
Yo voy sentado mirando por la ventana del autobús y siento una tristeza profunda al imaginar la aflicción que debió experimentar el enlutado caballero. También me siento contrariado, no entiendo por qué tantas veces la desdicha se ensaña con la gente de buen corazón. Porque lo mismo le había sucedido el año pasado a Aniceto, el jardinero municipal que cuidaba los Jardines de los Patos. Aniceto era un hombre muy pobre y bueno que una mañana intentó socorrer a una jovencita que iba a ser atracada. Aniceto se enfrentó al asaltante con su escoba pero a cambio recibió dos puñaladas mortales. Eso sucedió a las 8:30 de la mañana del 18 de julio de 1986, el agresor fue arrestado cuando ingresó al hospital Reina Sofía por una sobredosis de heroína.
El museo es una fortaleza cruciforme de origen islámico que cuenta con torreones rectangulares. Es la primera vez que veo de cerca una torre de verdad. La llaman la Torre de la Calahorra y tiene un aspecto tenebroso que me espanta un poco, aunque disimulo frente a mis compañeros. No hablo mucho, solo observo mientras escucho el barullo del resto de los niños que vienen conmigo.
La Torre de la Calahorra está en el extremo sur del Puente Romano, junto al río Guadalquivir. Don Antonio nos dice que este puente tiene más de 2 mil años de antigüedad. Yo abro bien los ojos, sé que no he visto nada tan viejo en toda mi vida. He escuchado decir que Jesús vivió hace casi 2 mil años, lo que significa que este puente ya existía cuando Jesús nació. Esta revelación me estremece y me hace sentir que estoy mas cerca de ese personaje del que tanto me han hablado mis padres, pero que aun lo percibo como algo lejano que no tiene mucho que ver conmigo.
Finalmente entramos al museo y comprendemos de una manera sublime que en esta ciudad hay tres culturas, tres religiones que han convivido pacíficamente durante muchos siglos. Que debe haber un diálogo pacífico entre la culturas y entre las religiones. Los judíos, los cristianos y los musulmanes podemos convivir pacíficamente, perdonar nuestras faltas mutuas y compartir una ciudad como Córdoba. (video en 3D de La Torre de la Calahorra http://www.youtube.com/watch?v=tMJlfzp45-I&feature=player_embedded ).
Es quizás con esta visita a La Torre de la Calahorra que en mi espíritu, ya desde la infancia en extremo sensible al horror y a la desgracia humana, nazca un anhelo e inclinación por el ecumenismo, por el diálogo interreligioso y por el estudio de la teología. Cuatro personajes encarnarán este diálogo interno que, para mi, dio inicio en aquella torre y que hoy sigue abierto en mi corazón. Son cuatro cordobeses que aun hoy me aleccionan con su capacidad de convivencia. El judío Maimónides, el cristiano Alfonso X y los musulmanes Averroes e Ibn Al Arabí. Años más tarde leeré a Hans Küng, quien afianzará mis intenciones y desafiará mis capacidades.