Cuando pienso en el tiempo, indefectiblemente pienso en un acontecimiento de mi infancia. La niñez tiene esa encomiable facultad, casi adámica, de nombrar las cosas, concretas o abstractas, no con palabras, sino con algo más profundo y vivencial, el niño nombra las cosas con un primigenio instinto metafísico.
Para mí el tiempo comienza una fresca mañana de 1986 en la ciudad de Córdoba, España, cuando yo finalizaba mi séptimo año de vida (todo lo acontecido antes pertenece a otra vida, a otro mundo, a otro yo).
Un hombre alto y fornido, con una cerrada barba azabache, frunce el entrecejo y despotrica contra los dioses –¡me cago en dios! – espeta de improviso. Su vehículo, estacionado justo al lado del de mi padre, ha amanecido cubierto de una delgada película de un barro rojizo. Mientras sigue profiriendo improperios, mi padre se percata de que nuestro vehículo también está cubierto… esta mañana amanece llovida. Es una lluvia nueva, que jamás había visto en mi vida. – Estos putos moros, nos están mandando el desierto – sigue el barbudo en clave de fastidio. El hombre mira a mi padre con un aire más afable y, por alguna extraña razón, se da cuenta que es extranjero y decide explicarle. Todos los años, por la misma época, hay una insidiosa lluvia que viene cargada de arena del cercano desierto del Sahara. Un polvo de un rojo pretérito.
Cuando pienso en el tiempo, pienso en esa lluvia del desierto que todo lo cubría esa mañana. ¿Quién no teme que el tiempo empolve sus recuerdos? ¿Quién no ha sentido el vértigo del olvido cuando el inexorable paso de los años se convierte en un reloj cuyo segundero emite un sempiterno sonido, como un goteo metálico?
Sumido por ese temor, que ha embargado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, es que me dispongo a escribir estas pequeñas memorias para rescatarlas de la lluvia, del polvo, del tiempo, del olvido. Digo pequeñas no porque ocupen un lugar vago en mi vida, sino porque no pretenden ser una autobiografía. Serán más como una discreta colección de fotografías expuestas desde hace muchos años en un trastero del salón de casa, por donde he pasado miles de veces sin voltear a ver, y que un día de tantos, de forma fortuita, redescubrí con un renovado asombro infantil.
Conservo fotografías de mis primeros años de vida, siempre cargadas de una luminosidad amarillenta y perezosa y del olor a tierra mojada. Están llenas de pequeñas alegrías y no recuerdo un solo día verdaderamente triste. De la luz etérea de la alborada de mi vida, poblada de hermosos cafetales, las instantáneas nos transportan de repente a geografías sembradas de viñedos y olivares.
Calle El Pocito, edificio #6, planta baja, puerta A. Esas son las primeras coordenadas de mis memorias. Ahí se escriben las primeras páginas de mi mundo consciente. A Córdoba la recuerdo con muchos colores, con un verano sofocante y un invierno implacable. La recuerdo por sus ancianas vestidas de negro (desde los zapatos hasta la cofia) que caminan despacio tirando del carrito de las compras.
El 9 de Noviembre de 1987 sucede algo que se cuela sin permiso dentro de mi psicología. Es mediodía y regreso de la escuela a pie. Algo inusual sucede porque muchos padres vienen a recoger a sus hijos hasta los portones del centro educativo. Algunos se ven nerviosos y van regañando a los pobres críos sin ninguna razón aparente. Dos Guardias Civiles vigilan, por primera vez, la salida de la estudiantada. Llego a casa y, mientras comemos, mi padre observa el Telediario de La Primera, uno de los únicos dos canales de Televisión con que cuenta el país en ésa época.
Es la primera noticia periodística que logra impactarme y demanda toda mi atención. El Telediario muestra la fotografía de una niña de cinco años que acaba de ser secuestrada, se llama Melodie Nakachian . España está convulsa. Sus padres aparecen en la pantalla mientras nos son presentados por una voz conocida por todos los españoles. Es Francisco de Asís Lobatón Sánchez de Medina, más conocido como Paco Lobatón. El padre de Melodie es un magnate libanés llamado Raymond Nakachian; la madre es una princesa coreana descendiente de la dinastía Simla, se llama Kimera y es una cantante famosa.
La voz de Paco Lobatón narra la crónica, acaecida en Estepona (Málaga). A las 9:30 de la mañana Melodie viajaba en un vehículo junto a su hermano mayor y su esposa, iban para la escuela. A las 9:40 dos hombres armados, después de inmovilizar el vehículo, consiguieron sacar a la niña ante la impotencia de sus familiares. España está en vilo. Se desconoce el paradero de Melodie. Las imágenes, omnipresentes, muestran una niña de aspecto frágil, ojos rasgados y vivaces, sonrisa sencilla. Aparece abrazada a un enorme y horrible muñeco de peluche color morado. Canta bonito, dicen algunos. Yo me siento tan impresionado que no puedo dormir.
El 11 de noviembre, tercer día del rapto, el Telediario cuenta sobresaltado que los secuestradores han hecho contacto con la familia Nakachian. Exigen trece millones de dólares en billetes de cien. Pero el señor Raymond declara que es imposible conseguir esa suma, ningún banco de España posee tal cantidad de efectivo. España está con el corazón en la mano. Como buen negociante, el libanés logra rebajar la suma solicitada a un millón de dólares, pero pide una muestra fehaciente de que su hija está con vida. Yo sigo sin pestañar todas las ediciones del Telediario. Los raptores hacen llegar una fotografía de la niña sujetando el periódico del día, también envían un mechón de su cabello y una cinta en la que implora a su padre que la rescate. Las imágenes que siguen a esto me derrumban. Es el padre que amenaza con quitarse la vida frente a las cámaras de decenas de medios internacionales si los extorsionadores no devuelven a su hija.
Melodie entonces se convierte en inquilina de mis pensamientos. Imagino que soy un niño superdotado que descubre el escondite de los captores y logro rescatarla. Los padres, en agradecimiento, permiten a su hija casarse conmigo (aunque algo no termina de gustarme con ese pensamiento, al fin y al cabo casi doblo su edad). Entonces aparezco en la televisión y todos me felicitan. Un policía me entrega una medalla de honor y me da la gran noticia de que, como premio por mi hazaña, no tendré que regresar más a la escuela.
En los días sucesivos hay mucha confusión. Pero dos personajes nuevos entran en escena y cambian todo el panorama. Pocos días después del rapto, una fiel católica, empleada de un banco de Benalmádena, ve cómo a un hombre que hace deporte se le cae la billetera. La mujer la recoge y por más que le grita no puede devolvérsela. Opta por entregarla al párroco de la iglesia a la que siempre va. El sacerdote decide llevarla a la comisaría por si alguien regresa a buscarla. Entonces se descubre en el interior un papel con anotaciones inquietantes y una dirección de una casa en Torreguadiaro. La cartera pertenece a un ciudadano francés, fugado hace 20 días de una prisión gala. La policía sospecha y en un santiamén asalta la casa y consigue rescatar a Melodie sana y salva y detiene a la mayoría los implicados en el secuestro. Finalmente, el viernes 20 de noviembre de 1987 el suceso tiene su final feliz. Melodie es devuelta a sus padres sin que estos tuvieran que desembolsar un solo dólar. España suspira de alivio. (video de la noticia del rescate: http://www.youtube.com/watch?v=RacX6gprGYc).
A pesar del inusitado happy end, yo no me sentía tan aliviado. Según las noticias, dos de los captores habrían logrado huir de la policía. Se trataba de Alain Coelier y Jean Louis Camerini. Mi mente trazó una línea lógica: A Melodie la secuestraron mientras iba a la escuela y yo iba todos los días a la escuela. Por lo tanto concluí que habían altas posibilidades de que ese Coelier me raptara a mi también. Por las noches me consolaba pensando que entre Melodie y yo había una gran diferencia de edad. Ella tenía cinco años, yo ya había alcanzado los flamantes nueve y casi era un adolescente.
Hoy me pregunto qué habrá sido de aquella niña de ojos rasgados y sonrisa sencilla que cautivó mi niñez. Tendrá 29 años este 2011. Su rapto marcó una generación, en aquéllos años no éramos tan pródigos en secuestros. ¿Será consciente del efecto que tuvo su experiencia de once días sobre millones de personas? ¿Habrá creado alguna fundación que lucha en contra del tráfico de menores? ¿Se habrá convertido en una mujer hermosa? ¿Se habrá casado?. Uno tiende a pensar que una niña como Melodie no habrá tenido otro destino que convertirse en una bienhechora al estilo Diana de Gales. Apuesto a que la gran mayoría de los españoles cree que ella es ahora una mujer caritativa, sensible, siempre sonriente y amable, una especie de hada, más parecida a Campanita que a un ser humano real. Pero ¿Y si en realidad es una mujer malhumorada y déspota, egoísta e infiel? Es una posibilidad real. Podría ser, pero volvamos a nuestras memorias.
Indudables dotes narrativas. Ameno. Memoria fotográfica.
¡Muchas gracias Habib!