Seis horas para toda la eternidad.

 

—Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ). -Mateo 27:46. 

Jesús, luego de un apresurado proceso, fue colgado de una cruz a eso de las 9 de la mañana. Su última respiración fue cerca de las 3 de la tarde. Sumadas fueron 6 horas de tortura.

Sin embargo Jesús no es el ser humano que más ha sufrido o que más torturas haya padecido. Tampoco es el único hombre cuya muerte haya sido violenta.

Entonces ¿Por qué bastaron 6 horas de agonía para salvar a toda la humanidad? ¿Cuál es la diferencia entre la muerte de Jesús y la muerte de muchos mártires?

Si el castigo por nuestros pecados es la separación eterna de Dios ¿Cómo 6 horas de separación pueden pagar por la eternidad de miles de millones de almas?

Al parecer las matemáticas morales no funcionan. No puede pagarse la iniquidad de incontables personas, cuyo castigo es la separación eterna de Dios, con sólo 6 horas en las que un solo ser lleva sobre sus hombros el dolor de la separación momentánea del Padre.

Nuestras matemáticas no pueden conmutar “eternidad¨por “6 horas”. La pena no es equivalente, según nuestra visión. Equivaldría a conmutar la condena de cadena perpetua de un asesino en serie, por 6 horas en las que un amigo buena gente intercambie con el convicto. Simplemente no puede ser.

Sin embargo las matemáticas teológicas sí funcionan en este caso. Porque en teología no  suman las horas de tormento sino la distancia entre la gloria perdida y la humillación aceptada voluntariamente por Jesús. Lo que Jesús hizo en la Cruz del Calvario no se evalúa, teológicamente, por:

  • El gran dolor que provocaba, ante cualquier movimiento, la tensión antinatural ejercida en su cuerpo.
  • El intenso dolor, insoportable, provocado por los clavos introducidos en zonas llenas de nervios y tendones.
  • El tormento indescriptible que provocaba la congestión de los órganos (cerebro o estómago) resultando en un trastorno circulatorio crítico, en el que se desea morir cuanto antes.

Todas esas cosas las han sufrido miles de seres humanos, en menor o mayor medida, muertes similares, torturas similares, dolores similares.

Lo que se suma en la muerte de Cristo se determina por la diferencia entre la gloria que tenía con el Padre en el cielo y la ignominia que sufrió, desnudo y colgando como un pedazo de carne.  Es esa distancia, recorrida voluntariamente, la que determina la magnitud de lo ofrecido por Cristo, el hijo de Dios, en la Cruz.

Jesús, siendo por naturaleza Dios, 
      no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. 
Por el contrario, se rebajó voluntariamente, 
      tomando la naturaleza de siervo 
      y haciéndose semejante a los seres humanos. 
Y al manifestarse como hombre, 
      se humilló a sí mismo 
   y se hizo obediente hasta la muerte, 
      ¡y muerte de cruz! 
Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo 
      y le otorgó el nombre 
      que está sobre todo nombre, 
para que ante el nombre de Jesús 
      se doble toda rodilla 
   en el cielo y en la tierra 
      y debajo de la tierra, 
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, 
      para gloria de Dios Padre. 

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