בית לחם o lo que es lo mismo: Bet Léḥem, casa de pan. Así se llama el pueblo donde dos de los cuatro Evangelios canónicos aseguran que nació Jesús, en Belén. El mismo pueblo donde Jacob sepultó a su Raquel, en un camino de Belén, tierra de los cananeos (Gn. 48:7). De donde era oriundo, también, Isaí, el padre de David (1 Sam. 17:58), y donde Miqueas 5:2 ubica proféticamente el nacimiento del Mesías:
Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.
Y donde, como dijimos, Mateo y Lucas ubican el nacimiento de Jesús. Un pueblo pequeño, pequeñísimo, que ha visto pasar mucha historia. Aparece en las llamadas Cartas de Tell el-Amarna, que fueron escritas por el faraón Amenotep III, que gobernaba Palestina, cerca del año 1350 antes de Cristo. En esos documentos se le describe como un importante lugar de paso par los viajeros que iban desde Siria y Palestina hasta Egipto. Desde cerca del año 1200 a.C. los filisteos gobernaron el área, en una tierra a la que llamaron Palestina. Al final del siglo IV d.C. Belén era dominada por Bizancio. Fue cuando el emperador Constantino el Grande mandó construir la basílica de la Natividad, en el lugar donde se piensa que nació Jesús. Luego pasó a ser parte del Imperio Persa (ca. 614 d.C.). Posteriormente esa tierra fue testigo de la barbarie atroz de las cruzadas cristianas y fue conquistada en 1099. Casi 200 años después Saladino vuelve a conquistar la tierra, luego fueron los mamelucos y luego los turcos, luego otra vez los egipcios y luego el Imperio Otomano, para dar paso luego al Imperio Británico, al final de la Primera Guerra Mundial.
En 1947 fue declarada territorio internacional, junto a Jerusalén, bajo administración de la ONU, luego pasó a ser parte de la nueva nación israelí y, finalmente, el 22 de diciembre de 1995, Belén volvió a pertenecer al pueblo primigenio al que se remonta: al pueblo palestino.
Actualmente su población es cerca de 50% cristiana y 50% musulmana. Sin embargo sigue siendo una ciudad atormentada y bañada con lágrimas, dolor y sangre. Una ciudad oprimida. En Beit Fayyar, al sur de Belén, este año por ejemplo, un bebé de 8 meses murió a causa de los gases lacrimógenos lanzados por el ejército israelí. Todos los días los niños de Belén tienen miedo. Ese niño que corre por la tierra donde corrió alegre nuestro Jesús, es un niño sin libertad. Esa tierra donde inicia nuestra fe cristiana, esa tierra que vio nacer, correr, jugar y cantar al niño que es motivo de nuestra navidad, es una tierra sin libertad.
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Is. 9:6)
En Belén nació el Consejero, el Dios Fuerte, el Padre Eterno, el Príncipe de Paz, en esa misma Belén no hay esperanza, no hay paz, no hay libertad. Allá donde corrió el pequeño Jesús, cada vez que un niño es golpeado por el terror de la guerra, allá vuelve a caer el niño más famoso de Belén y vuelve a llorar de dolor.